Tengo el honor de hablar, brevemente, sobre mi amigo, colega y fundador de Partners In Health, el Dr. Paul Farmer. Paul amaba el Perú. Le encantaba la gente, la comida (en especial la papa a la huancaína), la música (en especial Susana Baca). Sobre todo, Paul amaba el espíritu de solidaridad de los perunaos y la teoría de la teología de la liberación del padre Gustavo Gutiérrez. En la década de los noventa, un amigo de Paul, el padre Jack Roussain, estaba trabajando en Carabayllo. El Padre Jack vio que la gente de su parroquia sufría gravemente por problemas de salud. Cuando invitó a Paul en el año 94, el aceptó con gusto. Cuando llegaron Paul, Jim Kim y el equipo Partners In Health trabajaron con jóvenes, hombres y mujeres de la comunidad. Ellos, juntos, descubrieron una epidemia de TB-MDR.
Exigieron tratamiento para esta enfermedad compleja. Paul no culpó a los pacientes por esta enfermedad. De lo contrario, el cuestionó las estructuras que los enfermaron—falta de comida, trabajo, viviendas, y acceso de la salud.
En este trabajo Paul nos llamó a acercarnos, a acompañar a los miembros de la comunidad y especialmente a los enfermos desamparados. Como llamó el Padre Gutiérrez, a brindar una opción preferencial por los pobres.
Paul vivió su vida, demasiado corta, en una tensión dialéctica entre el dolor y la alegría. Y en este espacio es donde vive el amor. El sufrimiento de los demás hirió visceralmente a Paul, y con toda la medida de su intelecto, analizó las causas del sufrimiento de los pobres. Su erudición profunda y amplia creó un área de filosofía moral que muchos están siguiendo ahora.
Escribió Paul: “He sido un testigo parcial en todos los sentidos. Estoy abiertamente del lado de los enfermos pobres, y nunca he buscado representarme como un partido neutral”. Paul rechazó el principio de neutralidad en frente de la pobreza grotesca y el sufrimiento humano que vio.
Creía que la proximidad al sufrimiento no era solo la tarea moral más importante, sino la tarea intelectual más importante de nuestro tiempo. Para muchos de nosotros, nuestro primer trabajo en salud pública, particularmente en el apogeo de la epidemia del SIDA, fue solamente estudios de historia natural del SIDA en África, un verdadero recuento diario de cadáveres.
Los que sucumbieron fueron en realidad nuestros amigos y familiares, personas infinitamente valiosas, personas moralmente importantes. Sin embargo, incluso cuando la terapia estuvo disponible, una gran cantidad de expertos dijeron que el cambio de comportamiento y la prevención eran las únicas opciones sostenibles para los pobres del mundo en África, América Latina, el Caribe y Asia.
Pero la erudición de Paul trazó un camino diferente en la epidemia. Al estudiar el SIDA en Haití en las décadas de 1980 y 1990, Paul estaba menos interesado en la antropología de las creencias de los Haitianos pobres, que en la antropología de las estructuras de poder que negaban a las personas los derechos humanos básicos, el derecho a la salud, a la alimentación, a la vivienda y educación.
Paul tuvo el coraje moral de nombrar nombres, los nefastos alcances del poder militar, el neoliberalismo, las fuerzas del racismo y la desigualdad de género. Utilizó el término de Johan Galtung, violencia estructural, para argumentar que estas estructuras, y no los comportamientos, las creencias o la cultura de los pobres, eran la causa de un sufrimiento y una muerte incalculables. Y el sufrimiento que documentó fue violento.
Paul escribió, “¿Cómo se encarnan las fuerzas sociales a gran escala en la enfermedad y el sufrimiento?”. “Muchos conceptos actualmente en boga ahora (sostenibilidad, costo-efectividad) serán perversos a menos que la justicia social esté en el centro de la medicina y la salud pública.”
“Sin entender el poder y las conexiones ¿Cómo podemos entender por qué los derechos son abusados, o dónde y cuándo es probable que ocurra el abuso?”
Paul usó su erudición para cuestionar esta ética utilitaria que se enseñaba como el único enfoque pragmático para la asignación de recursos. El reflexionó, “¿para quién es esto pragmático?” Más bien, nos llamó a la solidaridad pragmática, a cambiar el statu quo preguntando qué es pragmático desde la perspectiva de los pobres. La solidaridad pragmática es una hoja de ruta para trabajar junto a los pobres como amigos, como colegas en la fraternidad y, sí, incluso en la comunión, y con esta proximidad, trabajar juntos para salvar vidas.
Paul cuestionó a la comunidad que trabaja por los derechos humanos por su renuencia a transferir recursos para asegurar los derechos especialmente derechos social y económicos–alimentos, vivienda, salud, trabajo. “Esto muestra la falta de atención a las necesidades urgentes de los pobres. Al contrario, los defensores de la ideología del libre mercado nunca tuvieron miedo de poner dinero (e incluso balas) detrás de su concepto cada vez más reducido de derechos y libertad.
No debemos olvidar al Paul radical, el Paul que insistió en que el trabajo por los derechos humanos requería no solo “nombrar y avergonzar”, sino también el movimiento de recursos hacia los pobres.
Pero fue en los recursos y en la construcción de un mundo mejor que Paul derivó su alegría ilimitada, construyendo y construyendo las capacidades de salud de las personas, hospitales, estanques de peces, amistades y programas académicos. Su alegría por construir y conectar vino de su creencia en la humanidad innegable de todas las personas.
Paul era tan divertido. Estaba efervescente en su alegría, su humor, su franca tontería. Lo absurdo del mundo era su entretenimiento constante. Bromeamos sobre qué tipo de microbios se pueden encontrar en una mordedura de hipopótamo. Nos instalamos en Aeromonas. Su humor siempre nos dio el alivio necesario.
Lloraba mucho, frecuentemente lágrimas de alegría cuando sus hijos, su familia, sus amigos, sus alumnos o compañeros lograban algo. Solía enviarle mensajes de texto durante la defensa de nuestra tesis de maestría con el hashtag #crybaby.
Sin embargo, sus lágrimas a menudo fueron provocadas por el dolor. Cuando un paciente moría, era como si ese paciente importara más que nadie en el mundo en ese momento, cuando ocurrió una tragedia, cuando fue testigo de la violencia aparentemente inmutable que causó el sufrimiento de los pobres. Y contaba con todos nosotros, sus miles de mejores amigos, para consolarlo, estar con él y sentarnos en una vigilia interminable a los enfermos, los heridos y los muertos. Creo que plantó sus famosos jardines, para aliviar su propio sufrimiento por la fealdad del mundo.
Las barreras y los límites, lo que nos enseñaron en la facultad de medicina, no eran cosa de Paul. Él nos alejó de estas tonterías. El encontró alegria al construir, acompañar y vivir cerca de las personas, sus pacientes, sus colegas, sus estudiantes y sus amigos. Nos enseñó que el amor era infinito y era el único camino hacia un cambio duradero. Nos enseñó que el dolor y la alegría pueden coexistir en un mundo que es injusto. Y estos sentimientos, aparentemente dialécticos, están enraizados en el amor.
Este trabajo de curar a los enfermos contra las fuerzas profundas de la injusticia puede ser difícil y triste. Puede causar desesperación. Sin embargo, el trabajo de Paul fue, como debe ser nuestro trabajo colectivo debe ser, levantar por la alegría y el compañerismo. Es alegría y luz lo que vino de Paul, y que siempre recordaremos.